lunes, 18 de junio de 2012

una niña y su padre se encuentran comiendo hamburguesas de McDonald’s después de realizar sus compras de la quincena. La niña quizá curse el kínder o cursa los primeros años de la primaria, 6 años ó 7 años, piensa. El padre quizá tiene 50, 60 años, reflexiona. Quizá ni siquiera sea el padre, quizá es el abuelo de ella. Como sea la cercanía entre ambos sujetos sensibiliza al joven que los observa desde una banca atrás, donde se encuentra haciendo bosquejos para sus estudios en urbanismo. La niña tiene los ojos bien abiertos y el señor la alienta a que sonría más y más. Entonces el sujeto se levanta de la banca donde comía con la niña y se dirige de nuevo a la caja de McDonald’s. La niña se queda comiendo sola mientras el padre le va comprar un vaso coleccionable. Basura, piensa el estudiante, ni siquiera el diseño del vaso es sensacional, basura a final de cuentas. Pero quizá a la niña le produzca placer aquél vaso; a final de cuentas, piensa el joven, ella vive en una sociedad materializada desde los primeros años del razonamiento de los citadinos. Sin embargo, todavía le causa más conmoción que la niña se quede sola unos momentos. En estos tiempos cualquier persona podría secuestrar a niños y torturarlos. En este tiempo ya no hay ni un sesgo de humanidad. Todo podría suceder ya y eso desde décadas, desde décadas ya. Finalmente terminan de comer y ambos se marchan. La luz que transmite la niña se pierde entre el gran ruido de las maquinas, de las voceras de compras, del choque de los carritos de supermercado, de las escaleras eléctricas e incluso de la vibración en la luz de las lámparas que cuelgan del techo. Todo se escucha, menos algo meramente humano... meramente. El joven no termina el bosquejo y lo tira a la basura.

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