domingo, 17 de junio de 2012


autobús de media noche, el cual al llegar a su destino final se encontraba totalmente lleno de sujetos y objetos, pero al mismo tiempo, estaba totalmente vacío de esperanzas e ideas. Cada sujeto ensimismado. Los pasajeros jamás voltean verse los unos a los otros. Ni siquiera leen el período o un libro, solamente tienen una mirada perdida hacia el vacío. Ellos no dejan entrever más que una realidad de la ciudad, del país en que viven. En aquella misma noche, un joven iba concentrado en una llamada telefónica. Al mismo tiempo él sostenía una gran caja estorbosa entre su cuerpo. No le dejaba más movimiento entre su asiento y el espacio que ocupaba la gran caja. Al parecer podría ser un teclado, o podría ser un gran juego para sus familiares o bien podría ser una caja que contiene otras cajas más pequeñas adentro... al final solo era una caja estorbosa. Una caja que quitaba espacio y cualquier margen de movimiento;  y sin embargo, el iba tan feliz platicando con su teléfono que brillaba entre la oscuridad, entre aquel silencio de los pasajeros, entre el gran hastío de la ciudad. El autobús hace una parada en un lugar conocido. Hay una gran primaria, hay un centro cultural atrás, más adelante está una iglesia y el gran espíritu sagrado. Aquél lugar que podría ofrecer paz y harmonía a distintos ciudadanos. Muchos pasajeros bajan ahí e inesperadamente se produce un gran agite. Un escuincle brinca rápidamente del autobús y sale corriendo como rayo. Los pasajeros salen momentáneamente de su abstracción y voltean a ver al joven que ya se ha perdido en la oscuridad y lleva consigo un objeto luminoso, su motín. Unos lo ven como un niño desesperado, un niño lleno de miedo que quizá ya tiene la comida para su  madre moribunda, “buen chico que hace lo impensable en condiciones excepcionales” piensan.  Muchos ven en el joven escapante a un salvaje con una gran sonrisa en sus ojos, una mirada picara; un mocoso sin escrúpulos de una familia acomodada que quizá ya tiene un atractivo más para conquistar a una chica linda y con gran repugnancia se dicen a sí mismos: “¡hijo de puta!”. Otros simplemente se ríen y piensan: "bien por él, suertudo". El autobús sigue su camino rutinario. No ha pasado nada, otra noche larga piensa el autobús; pero ya casi termina el fin del recorrido sin por mayores de nuevo. Ahora los demás pasajeros voltean a ver al otro personaje del incidente. ¡Se trataba del joven que hacía una llamada, sentado e imposibilitado de movimiento con la gran caja estorbosa! Ahora el drama está finalizado y todo se entiende perfectamente. ¡El joven ni siquiera pudo terminar su llamada! Ni siquiera un "te amo", "descansa", "cuelga tu primero" o simplemente un "no olvides no llevar tantas cosas en la mano que es peligroso hoy en día". Nada, en vez de eso simplemente empieza a decir muchas frases ininteligibles, lo cual es todavía más interesante para todos los pasajeros que observan con gran atención el comportamiento del desafortunado. El joven grita groserías y quisiera hacer más que gritar groserías… quizá golpear el asiento, algo más... pero la gran caja estorbosa le impide hacer cualquier cosa. Está totalmente inmovilizado de pies a hombros. Solo le queda su lenguaje, su tono de voz para expresarlo y movimientos torpes con su cabeza. El recurrido sigue su curso. Poco a poco los pasajeros regresan a su abstracción. Ya no es tan interesante observar al joven conjurando groserías, que cada vez tienen menor creatividad y se vuelven repetitivas. Cada vez es menor la acentuación y la tonalidad del joven desafortunado de la caja estorbosa. El soliloquio se vuelve monótono y los movimientos torpes de su  cabeza cada vez son más lentos. Cada vez se mueve más lentamente, cada vez se calla más y solo se queda mirando la ventana... hacia la nada. Sin mover siquiera ya la frente. Como si ya no tuviera más que pensar ni que decir.

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