martes, 25 de mayo de 2010

camino a la medianoche en la calle a la izquierda de la calle de mi casa, lugar oscuro, parecía seguro. Busco cigarros camel. No hay. La única tienda y no hay cigarros camel. Le pregunto al señor, tiene cigarros camel, él contesta, no. Voy en dirección contraria. Un auto se detiene en la lejanía. Los faros brillosos me miran fijamente. El auto no avanza. Me siento frágil. Entonces retrocedo e inicio una plática con el señor de la tienda. Ah, entonces no tiene cigarros camel. El señor de la tienda contesta, no. Ahh, contesto yo. El auto a mis espaldas sigue iluminando mi cuerpo con sus faros brillosos. En realidad en la lejanía, más que en una cercanía. Entonces le pregunto al señor de la tienda, por qué no tiene cigarros camel. Él contesta, en la calle dos hay cigarros, todavía está abierto. Nuestra platica cae en un vacío, entonces me pregunto, entonces que compraré y entonces mi mente se fija en mis dientes. Necesito mascar algo. Si, entonces goma de mascar para mis dientes. Y entonces quizá mis dientes puedan mascar algo. Entonces cuando solicito goma de mascar, pasa a mi lado el auto con los faros brillantes hacia mi cuerpo. Ya no me siento tan frágil, quizá el conductor esperaba robarme los cigarros camel que iba a comprar, pero al no comprar los cigarros camel y si comprar la goma de mascar, decidió ya no esperar más a robarme los cigarros camel, que obviamente no compré al comprar goma de mascar. Lo cual carece de lógica, ya que si yo anduviera en auto a media noche, no esperaría a que el joven fragil acabará de comprar sus cigarros camel. En todo caso iría al oxxo más cercano y compraría unos cigarros malboro.

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